Mi abuela me enseñó que una casa bonita no se hace de golpe, se hace con tiempo

Como periodista especializada en decoración, no puedo evitar acordarme de esas casas de antaño para ver cómo ha evolucionado el diseño de interiores desde entonces. Me descubro, casi sin darme cuenta, volviendo a la casa de mi abuela. Una casa de pueblo, con suelos hidráulicos, cortinas de encaje y ese olor inconfundible a mueble antiguo mezclado con el aroma de sus deliciosas e insustituibles recetas. Nada en su casa respondía a tendencias, pero todo tenía un sentido. Cada objeto, cada detalle, estaba ahí por algo.

Mi abuela nunca dijo abiertamente que me estaba dando lecciones de decoración, porque ni siquiera ella se imaginaba el peso que iba a tener a día de hoy todo este mundo del interiorismo. Sin embargo, conforme he ido creciendo, miro atrás y me doy cuenta de que me enseñó algo que hoy valoro más que nunca: una casa bonita y especial, no se hace de golpe, se hace con el tiempo. Y creo que ese es el mayor consejo decorativo que he podido heredar de ella, sin ser consciente de ello.

No decorar de golpe, el secreto para hogares con alma

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Vivimos rodeados de tutoriales, de trucos y de conjuntos de mobiliarios que prometen transformar de forma exprés nuestros espacios. Ideas que emergen y se convierten en tendencias y que, al cabo de muy poco tiempo, caducan y hacen que nuestra casa se vea desactualizada. Pero hay algo inconfundible en los hogares de nuestras abuelas, y es que, aunque no tuvieran una decoración de catálogo de revista, sí que se sentían como hogares vividos, con alma y con identidad propia que, a día de hoy, seguimos recordando (y añorando).

"No hace falta tenerlo todo a la vez", me decía en muchos momentos de mi niñez. Y ahora lo entiendo. En su casa, ella misma aplicaba este lema. Me contaba cómo tardó años en amueblar su casa del todo. Cada cosa llegaba cuando tenía que llegar: una silla heredada, una cómoda que había encontrado en un anticuario, un cuadro regalado por una amiga, una figura que le recordaba a un momento especial de su vida... "Así es cómo se llena una casa de vida", decía colocando la foto en la que aparecíamos todos sus nietos juntos al lado de la televisión.

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Al redactar este artículo, he pensado que ese es el consejo que más recuerdo y que, curiosamente, más me cuesta aplicar en un momento en el que queremos todo al instante. Por eso, deja que tu casa crezca contigo. Porque las casas más personales y acogedoras, no son las que tienen todo coordinado desde el primer día, sino las que se van construyendo con calma, con emoción, y dejando que los objetos encuentren su lugar con el tiempo. Tal y como hacía ella.

El poder del textil y los pequeños detalles

Buceando más por los recuerdos que conservo de su hogar, también me enseñó, sin pretenderlo, el valor del textil. En su casa, nunca faltaban manteles bordados, cortinas hechas a mano o cojines con puntilla. Seguramente yo no haya sido la única que huyó de ese estilo durante años, hasta que un día, creces, y te ves colocando servilletas de lino, un mantel con flores o puntilla en sus bordes, colchas heredadas de mi madre... y ahí es cuando me doy cuenta de que esos pequeños gestos, son los que realmente construyen mi hogar.

Mi abuela no era diseñadora de interiores, pero sabía lo que de verdad importa en una casa: que hable de ti, que te abrace al entrar y que tenga alma. Y eso, créeme, no se consigue con una compra masiva un sábado por la tarde en tu tienda deco favorita. Se consigue con tiempo, con recuerdos y si tienes suerte, con una abuela que te lo siga enseñando.

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