Cercano, fresco y natural, con Manuel Espejo nunca sabes por qué derroteros acabará yendo la conversación: de una cosa salta a otra, casi sin pausas ni silencios. Gran conversador, Manuel asegura una charla amena y enriquecedora. Iba para actor, pero descubrió el mundo deco y se enamoró de él.
Para él, «el interiorismo es un proceso fascinante que empieza con una labor de investigación para descubrir nuevos materiales, texturas, formas y sensaciones. Esta labor implica viajar mucho, asistir a ferias y estar siempre muy atento a todo lo que pueda suponer una fuente de inspiración. Cuando tienes inquietud, esta labor, aparte de ser un trabajo, se convierte en un estilo de vida. Pero la parte que más me gusta es el momento en el que me enfrento en soledad a un plano en blanco y a partir de ahí construyo un espacio. Y disfruto mucho con la relación humana con los clientes. Muchos de ellos han terminado siendo grandes amigos».
Cuando le pedimos que defina su estilo lo tiene claro: «es algo así como una rúbrica, una marca personal que le pones a tu trabajo. Y es, también, algo muy inasible. A partir de ahí, quiero pensar que el mío es limpio, ordenado y confortable».
En cuanto a la inspiración, confiesa que muchas veces ésta no llega a través de ver interiorismos, sino otras cosas que le atraen. «Ahora, estoy diseñando una librería para la que me inspiré en la portada de un libro. También me inspiro mucho con el arte contemporáneo y las formas de la naturaleza».
Fotografía: Belén Imaz
Siempre supone un reto enfrentarse a la reforma de una vivienda de principios del siglo XX, ubicada en un entorno tan señorial como el del madrileño barrio de Salamanca, con todo el sabor de la tradición y el peso del pasado, para convertirla en un hogar confortable y luminoso del siglo XXI, sin perder su esencia clásica. El elegido fue él que, con su gusto atemporal nada estandarizado, proyecta ambientes acogedores, sensuales y descaradamente elegantes, en los que el chic neoyorquino se apodera de cada detalle.
Y es que 210 metros interiores, 40 de terraza y una altura de techos de 3,5 dan mucho juego. La reforma fue integral. Los dos salones, siete dormitorios y tres baños, y el interminable pasillo con recibidor de la vivienda original dieron paso a espacios amplios, diáfanos y comunicados, donde cada metro cuadrado se aprovecha con mucha intención.
«Construimos una caja muy limpia con revestimientos blancos en paredes y techos para conseguir un clásico renovado a través de molduras rectas de suelo a techo, grandes rodapiés, cornisas y puertas de paso. Elegimos, también, suelo de tarima de roble en gran formato», explica el interiorista quien, además, ha diseñado ad hoc la mayor parte del mobiliario. Muebles tan rotundos como los elegantes sofás tapizados en terciopelo azul del salón se mezclan con gracia y sin estridencias con textiles cálidos y confortables, y bellas piezas de anticuario.
El resultado: una vivienda acogedora, que se nutre del aire sofisticado, aristocrático y relajado del entorno en el que se ubica, aunque adaptada a los nuevos tiempos. Un hogar que respira luz, mucha luz. Esa luz madrileña que lo inunda todo.
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