Este proyecto de Egue y Seta ha vivido una importante transformación como respuesta al ritmo inmobiliario que está viviendo este distrito barcelonés, plagado de edificios y naves industriales que derivan en usos residenciales que, en la mayoría de los casos, se han de dividir debido al exceso de metros cuadrados.
Pero todos ellos conservan su espíritu febril plasmado en una serie de elementos propios que aportan singularidad a las estancias y que hay que saber cómo integrar con los nuevos usos domésticos. En cualquier caso, la simbiosis resulta confortable, vanguardista y muy funcional, que es de lo que se trata.
Fotografías: Vicugo Foto y Mauricio Fuertes. Estilismo: Olga Gil-Vernet
La casa que nos ocupa es un claro ejemplo. De un enorme espacio antaño protagonizado por grandes ventanales y ocupado por mesas y compañeros de trabajo, bajo vigas desnudas de hormigón y alumbrado uniforme, se ha pasado a un refugio de 75 metros cuadrados destinado al disfrute y descanso cotidiano distribuido en una estancia principal abierta (salón-comedor-cocina), un dormitorio y un baño.
El acceso es directo a este gran espacio social que distingue sus usos visualmente mediante los diferentes pavimentos: laminado de roble para la zona más acogedora que representa el salón, porcelánico imitación hidráulico para la cocina y comedor, y microcemento efecto hormigón para el resto.
La calidez de la madera y la presencia de plantas aporta el toque más natural a la vivienda para romper con esa sensación inicial más austera propia de un escenario con ciertos aires del estilo industrial. También se ha cuidado la iluminación de aquellos espacios que no disfrutan de luz natural y se ha optado por una paleta cromática muy neutra y texturas naturales perfectamente combinadas.
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