Todos y cada uno de los elementos que concurrieron en el proceso de reforma de esta excepcional casa de vacaciones en la Costa Brava parecen tomados de una novela de misterio: en primer lugar, su solitaria ubicación entre rocas y pinos en un paraje natural virgen; sus dueños, una pareja extranjera enamorada de una antigua bolera reconvertida en rústica vivienda; la selección del interiorista que se haría cargo del proyecto mediante un casting con cinco candidatos en liza e incluso la forma de acometerla, en dos fases y con apenas tres visitas presenciales de los propietarios.
Dicen que el misterio es al menos la mitad de la belleza, una afirmación rigurosamente cierta en el caso que nos ocupa. Cuando la decoradora barcelonesa Bárbara Sindreu supo que había sido elegida para llevarla a cabo comprendió de inmediato que tenía entre manos un proyecto único: 8.500 m2 de terreno, una vivienda de 2.500 m2 y una transformación total que llegaba hasta el paisajismo. El reto era “crear un gran espacio –y al tiempo muy acogedor– donde antes no existía nada”.
El proverbial folio en blanco
Sindreu preparó un proyecto de obra, y con el visto bueno de sus clientes recibió carta blanca. “La obra fue muy fácil, ya que conté con la total confianza de los propietarios de la casa”, recuerda, aunque en realidad no lo fuese tanto: la casa prácticamente se tiró abajo para redistribuirla en busca de confort y practicidad, se pusieron al día instalaciones y acabados con la máxima exigencia como guía y se modificó el entorno (nueva piscina y completísma zona wellness , con gimnasio, sauna y spa, incluidas) respetando escrupulosamente el hábitat mediterráneo.
Completada la primera fase, se acometió la de decoración, de nuevo con total libertad. Para el amueblamiento Sindreu apostó por piezas hechas a medida por su estudio (de las librerías y la escalera de la biblioteca al mobiliario de cocina y baños, pasando por las mesas de centro, diversas lámparas y hasta un billar) combinadas con clásicos del diseño contemporáneo de la talla de las sillas África, de Tobia Scarpa, los otomanes Barcelona, de Mies van der Rohe, o las lámparas Tolomeo, de Artemide. En apenas ocho meses la belleza se había hecho dueña y señora del lugar, y el misterio descansaba entre pinos y rocas.