Cuando Jean Porsche, el artífice de esta vivienda en el madrileño barrio de Salamanca, conoció a sus actuales dueños éstos tenían una idea clarísima de la casa que buscaban: debía estar cerca del despacho de él, formar parte de un edificio de los años sesenta y tener enormes ventanales. Dos años, innumerables citas inmobiliarias y un segundo hijo más tarde la compraron por recomendación del arquitecto, y no porque encajara con sus pretensiones: tenía pasillos estrechos y oscuros, su distribución era muy poco práctica y medía nada más y nada menos que 280 metros, aunque sus ventanas brindaban muchas posibilidades. Había que reformarla a conciencia, ya que sus anteriores habitantes, un médico y su familia, “no la habían tocado en 20 años, ni siquiera el gotelé de paredes y techos”. Pero, con las premisas claras –convertirla en un espacio amable con una gran zona común, dos amplios dormitorios para los niños y otro principal con vestidor y baño integrados–, no había más que ponerse manos a la obra. Porsche tenía carta blanca.
Lo primero fue rectificar la ineficiente distribución, especialmente en los salones gemelos –unidos por una puerta corredera–, que dieron lugar a un único espacio, más amplio y fluido, con distintos ambientes: salón propiamente dicho, zona de juegos, de televisión, etc. En él los ventanales debían jugar un papel preponderante, y para ello “se sustituyeron los originales, eliminando la perfileria intermedia, por otros inmensos que, gracias a los arboles de la calle, adquieren un carácter casi de cuadros”. También se redimensionó el comedor, que se redujo para crecer el pasillo 30 centímetros de ancho (sus puertas se panelaron en blanco, además, para crear una sensación óptica de espaciosidad). Y la cocina y los baños, vestigios de una época estéticamente poco memorable, se hicieron completamente nuevos. Solo faltaba vestirla, para lo que, a la mano experta del arquitecto –que diseñó muebles y eligió colores y papeles para las paredes–, se unió la impresionante colección de pintura española del siglo xx de sus complacidos propietarios.
Estilismo: Lorelo López-Quesada
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