Les debe a sus padres, el dibujante Jean-Jacques Sempé, padre de El pequeño Nicolás, y la ilustradora Mette Ivers, que ha iluminado los libros de J. M. Barrie, Hans Christian Andersen o Erich Kästner, entre otros muchos autores, no solo el hecho de ser diseñadora, sino, sobre todo, ser el tipo de diseñadora que es: alguien que tiene clarísimo que lo suyo es “crear objetos simples, pero ni banales ni minimalistas” para “todo tipo de personas entre 15 y 85 años”. Por fin entrevistamos a una de las creadoras más sugerentes e indómitas del panorama internacional.
Leí hace tiempo que belleza y fealdad empezaron a interesarle siendo muy joven debido a que era un tema de discusión habitual en su casa…
Sí, era un tema recurrente. La fealdad era considerada un problema de orden moral por mis padres. Y, así, un poco por curiosidad y otro poco por ir a la contra, empecé a interesarme sobre todo por ella, y por cómo cosas consideradas feas en su tiempo acababan convirtiéndose en bellas cuando pasaban de moda, algo que demuestra una simple visita a cualquier mercado de pulgas… Yo me pasaba el día en ellos cuando era adolescente.
Y, ¿ha cambiado su propia concepción con los años, esas visitas y su experiencia como diseñadora?
Mi visión personal siempre estuvo atemperada por el hecho de que los gustos –y las percepciones– cambian con el tiempo, es inevitable. Siempre lo he tenido claro.
En una isla al sol. Ese podría ser el subtexto de otra de sus luminarias, Île (Wästberg), redonda y móvil.
Alguna vez ha confesado que la Eclisse, de Vico Magistretti, de las que su su madre le regaló un par de adolescente, fue la razón para convertirse en diseñadora. ¿Qué le dijeron aquellas lámparas?
Su sistema para atenuar la luz me fascinó de inmediato: era de una simpleza tan inteligente…, pero, por otro lado, al girar la pantalla para oscurecerla, cuando llevaba un buen rato encendida, estaba tan caliente que quemaba, y eso me hizo reflexionar sobre los defectos de los objetos, incluso de los que parecen no tenerlos. Años después, cuando mejoraron su diseño con la rueda que permite girarla sin tocar la pantalla, aprendí de ella otra importantísima lección: a veces, uno puede revisar su propio trabajo para mejorarlo, aunque en muchas ocasiones no se tenga esa oportunidad.
Odio diseñar sofás. A mí me encantaría que una pareja utilizase un martillo mío en un pequeño y feo apartamento
La cito: “Los diseñadores deben ante todo ser pacientes y tenaces”. ¿Podría profundizar en las virtudes que debe tener todo creador para sobrevivir en su trabajo?
Me refería a que, en diseño, los procesos son a menudo tan largos: entre los primeros bocetos y la producción final pueden pasar perfectamente dos o tres años. Y, además, debes tratar con tanta gente diferente –y con intereses tan distintos a los tuyos– antes de tener por fin el producto acabado en la mano… Diría que, además de paciencia y tenacidad, curiosidad y fuerza para luchar por tus diseños, ya sea con o contra la compañía que te produce, son esenciales.
Pocos diseñadores prefieren, como usted, proyectar herramientas o utensilios cotidianos a sofás o lámparas, por ejemplo… ¿Cuestión de ego?
Yo odio diseñar sofás: son grandes y pesados, y es muy difícil idear uno que no sea aburrido… Tu pregunta da con el verdadero quid de la profesión: mucha gente piensa que ‘diseñar’ es solo concebir muebles y objetos glamurosos espectaculares; sofás y lámparas, como dices. Como si el placer de crear una pieza estuviese en el hecho de que alguien rico la compre para exhibirla en su gigantesco loft. A mí solo me interesa la funcionalidad de la pieza, nada más. Martillos, destornilladores, llaves inglesas… diseñarlos me provoca tanto placer como dificultades, lo que es una bendición. A mí me encantaría que cualquiera utilizase un martillo mío en un pequeño y feo apartamento.
Mirando hacia atrás. Beau Fixe, para Ligne Roset, revisión del clásico sillón orejero con ecos de los asientos de aviones y coches antiguos.
Ya, pero cuando uno empieza a diseñar como freelance tiene que llamar la atención de la industria…
Absolutamente, y el mobiliario es la forma de conseguir esa atención. Yo prefiero trabajar en objetos que serán manipulados más que en muebles, más bien estáticos y cuya importancia tiene mucho que ver con su tamaño y apariencia. Lo mejor es que hoy puedo elegir, y diseño ambas cosas.
Usted desafía a las tendencias. ¿Es esa la única forma de vencer el paso del tiempo?
Nunca osaría decir que me resisto a ellas, eso es completamente imposible. Una siempre está expuesta a alguna, tan cercana y discreta, que nos parece del todo normal, natural. Y, diez años después, mirando atrás, te das cuenta de que te atrapó. Pero sí que es cierto que yo trato de evitar con todas mis fuerzas hacer cosas parecidas a lo que veo.