"París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices", escribe, a modo de crónica, Ernest Hemingway en su libro París era una fiesta. Por entonces eran los felices años 20. Tertulias literarias, encuentros, devaneos y una generación perdida de escritores y artistas buscando su espacio en medio de la bohemia parisina. Y había lugares para hacerlo. Resurge la vida urbana, el ocio toma el centro de la vida pública y locales como el famoso Café de Flore se convierten en fuente de inspiración para muchos escritores. Hemingway no sería menos y así lo retrata en su libro: "Comíamos bien y barato, bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor, y nos queríamos".
Quizá el café se convertía en la excusa o en la imagen del encuentro íntimo con un folio en blanco. La taza sobre la mesa, pendiente del último trago. Y es que, si algo tiene una taza de café, ya sea latte o capuchino, es su capacidad para ejercer como puente entre el que habla y el que asiente. Aunque crear un espacio cálido y de confianza no siempre resulta tarea fácil. Más aun en terreno público. Sin embargo, en la actualidad, alejados ya de la efervescencia cultural de aquellos felices años 20, uno puede crearse en su casa su propio coffe bar. Sin explicaciones ni narraciones literarias, con el encanto vintage propio de un siglo XXI que, en realidad, todavía mira hacia el pasado.
Ahora sí, introducido en el imaginario estético del café, recuerda lo sencillo que puede resultar crear tu propio templo dedicado al café en casa. En realidad necesitas tiempo, además de un gran interés por el universo del café. Esto incluye tener cafetera, tazas refinadas, un colgador para ellas, botes para separar los diferentes productos e ingredientes y, sobre todo, una pizarra negra en la que puedas inspirarte para escribir la frase del día. Esa que verás cada vez que acudas al encuentro con tu café o cuando invites a alguien y estéis sentados debatiendo sobre esto o aquello. O sin decir nada y prestando atención a las hojas de ese potus que cuelga de la estantería frontal. Porque sí, tu cofee bar también necesita flores y plantas. Cuestión de gusto o apariencia, entre otros elementos.