Cuando Andrew y su mujer decidieron instalarse en Madrid con toda la familia, la condición sine qua non era encontrar una casa a la altura de sus otras residencias: un gran apartamento en uno de los distritos más exclusivos de París y una vivienda en la soleada California, de donde proceden. Tenían muy claro que querían habitar un espacio amplio y luminoso, arquitectónicamente sólido, a ser posible en el señorial barrio de Chamberí.
Salón. Aparador francés de los setenta lacado en granate, de El 8, y lámpara de techo que recuerda a un móvil de Calder adquirida en una subasta en Christie's.
Para dar con él tuvieron que visitar decenas de pisos "decepcionantes", pero cuando estaban a punto de tirar la toalla, apareció en forma de una vieja oficina de patentes —situada en un edificio de comienzos del siglo pasado con una fachada singular— que, a pesar de su deslucido estado, evocaba con sus vidrieras y sus entarimados de marquetería un orgulloso pasado burgués. En aras de la funcionalidad se había compartimentado su superficie en numerosas oficinas y rebajado los techos, pero el buen ojo del arquitecto Jon Albistur terminó de convencerles de que debajo de toda aquella ganga había una auténtica joya.
Zona de estar. Chaise longue y velador de El Anticuario de Belén; mesa estilo Jorge III comprada en un mercadillo británico; lámpara italiana de despacho de los años cincuenta y cornucopias de Goya Subastas.
Butacas gemelas firmadas por Pierre Paulin, de Schneider & Colao. El suelo entarimado con patrón geométrico de marquetería también se restauró.
Llevar a cabo la reforma fue como excavar una tumba del antiguo Egipto. No solo se tiraron tabiques y se eliminaron los falsos techos y el horrible gotelé, también devolvieron el esplendor de época a todos y cada uno de sus elementos singulares: maderas en suelos y paredes, estucos y molduras originales, chimeneas, etc. Y para completar tal renacimiento, su dueño, avezado coleccionista de antigüedades, rastró pieza a pieza en mercadillos y subastas internacionales hasta reunir un ajuar en el que conviven armoniosamente Jacques Adnet con Milo Baughman o Marcel Wanders con Pierre Paulin.
El comedor es una amplia sala presidida por una enorme mesa policromada con sobre de mármol conseguida en una subasta. Los bancos, de estilo Secesión vienés se encargaron a un maestro herrero.
La galería de vidrieras originales da acceso a la cocina y el comedor. En ella se replicaron los zócalos de nogal y se recurrió a antigüedades como las lámparas art nouveau para recuperar la atmósfera burguesa de la casa.
Cocina-office. Se recuperaron las cornisas y zócalos de caoba rubia, ocultas, y se articuló el espacio en torno a la gran isla central, de espejo negro. La lámpara, un guiño al diseño contemporáneo es de Marcel Wanders para Flos.
Dormitorio. El gran tablero de grisalia de Patrick Moore es el protagonista de este ambiente. De hecho, el resto de elementos de la decoración, con las mesitas lacadas o las lámparas de Jacques Adnet gira en torno a esta pieza.
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