Cuando los dueños de esta casa de campo a los pies de las montañas segovianas del Sistema Central, en la histórica y señorial La Granja de San Ildefonso, decidieron que había llegado el momento de, respetando su esencia serrana, darle un buen lavado de cara decorativo, recurrieron a la arquitecta de interiores madrileña Virginia Nieto, con la que tenían relación hace tiempo: “Son amigos que conocen bien mi trabajo y a los que les habían gustado mucho mis últimos proyectos. Les encajaba mi estilo con la idea que tenían, y así surgió la cosa”, recuerda.
Se trataba de, sobre la base de la típica casa de la zona, amplia y sólida, que querían respetar, ponerla al día y, sobre todo, vestirla. “El reto era, precisamente, conseguir un estilo sofisticado y actual en una auténtica casa de campo”. Pero no hay cosa que motive más a Virginia que los desafíos, y su pasión por las antigüedades –su ojo para encontrar tesoros es notorio– hacía de ella la persona más adecuada para cumplir tal misión con éxito.
El mayor escollo del proyecto no fue otro, según confiesa su artífice, que “tener que trabajar sobre materiales y elementos que ya existían, llanos, además. Como el barro, las vigas de madera o la piedra”. Pero también una bendición encubierta: un contenedor más bien espartano sería el escenario perfecto para que su orquestación de mobiliario y objetos brillase sin competición.
Su selección, como siempre, impecable: firmas y tiendas del prestigio de El taller de las Indias, Hanbel, Anmoder o La Real Fábrica de Cristales de La Granja, cuando no diseños propios del estudio realizados por sus artesanos de confianza –como el conjunto del comedor, por ejemplo–.
Mención aparte merecen los textiles, que le aportan a la casa calidez y distinción a partes iguales. Telas con texturas, tramas y motivos muy camperos –de terciopelos y tartanes a botánicos y listados– de Designers Guild o Nacho de la Vega.
En sus memorias, Jessica Mitford, experta en country houses, distinguía las viviendas rurales británicas en dos grandes categorías: las frías y lúgubres y aquellas agradables y acogedoras en las que “da la sensación de que, en las chimeneas, el fuego ardiera sin interrupción durante todo el invierno”. Parece que describiese la que nos ocupa. La misma interiorista lo confirma: “¿lo mejor de ella? La tranquilidad y la armonía que se respiran”. ¿Se puede pedir más?
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