El uso del corcho en la decoración de interiores para aclimatar diversos espacios no es ninguna novedad. Un material sostenible que hoy queremos rescatar de la mano de un proyecto social que acaba de nacer hace apenas unas semanas y que ya apunta maneras. Se trata de 'aflote', una iniciativa que nace de un tapón para iluminar muchas realidades.
En realidad, el objetivo de este proyecto es reciclar el mayor número de tapones de corcho que se recogen en restaurantes y bodegas. De esta manera se busca ayudar a la integración social y contribuir a reducir el impacto medioambiental mediante el reciclaje. El resultado de este proceso son maravillosos objetos y esculturas que se comercializan con el fin de generar empleo y recursos económicos para personas de colectivos desfavorecidos.
La iniciativa está promovida por Lluís Morón y organizada desde Foundawtion, una institución privada sin ánimo de lucro que está desarrollando otros proyectos de carácter social.
Lluis Moron, fotografiado por Sanchez Montoro
Más de 250 restaurantes y establecimientos de hostelería colaboran actualmente con aflote, a los que se han sumado importantes bodegas como Albet i Noya, Can Ràfols dels Caus, Gramona, Recaredo, Maria Rigol Ordi y Mestres. Entre los restaurantes participantes se encuentran Alkimia, Coctelería Boadas, Dry Martini, Dos Palillos, Gresca, Lasarte, Roig-Robí o Xiringuito Escribà, entre otros.
Para los diseñadores participantes, el encargo era muy concreto: diseñar una pieza que pudiera volver al restaurante o bodega.
De la mesa a la mesa (parafraseando el famoso libro “Cradle to cradle”, de la cuna a la cuna, de Michael Braungart y William McDonough) para cerrar el círculo. Recoger, reciclar y renacer.
Por ejemplo, Jaime Hayón diseñó una caja para entregar la cuenta del restaurante, Pepa Reverter escogió hacerlo con la forma de un florero, Ramón Úbeda y Otto Canalda han creado una lámpara de batería, y Octàgon ha aportado un reloj de pared. El caso del escultor Miquel Aparici es algo especial, puesto que ha trabajado con las grapas metálicas que suelen tener muchos de los tapones de las botellas de cava, que también son un residuo, fundiéndolas para hacer una escultura en serie limitada llamada “el camarero”, de la que se han fabricado 3 unidades.