La frenología estuvo considerada en su tiempo como la ciencia que estudiaba la relación del espíritu y la materia a través de las distintas regiones del cerebro. Posteriormente se delimitó a pseudociencia, pero de su estudio hemos heredado algunas referencias estéticas importantes en lo referente al interiorismo y al diseño que nos remiten a una época y en concreto una escultura que se encargó a La Cartuja de Sevilla.
Según la frenología, desarrollada por el filósofo alemán Franz Joseph Gall, cada facultad mental e incluso los rasgos del carácter y personalidad, radicarían en zonas específicas del cerebro que se podrían llegar a valorar a través de la forma o dimensiones del cráneo.
En España la frenología tuvo una gran acogida de la mano de Mariano Cubí y Soler (1801-1875). Gran estudioso, viajó por México, Estados Unidos y Cuba, donde fundó la Revista Bimestre Cubana (1831) y donde fue cofundador de diversas escuelas. Mariano Cubí decidió dedicarse al estudio de la frenología desde que cayera en sus manos un libro del filósofo Combe en 1828, que dicen le cambió su vida y su manera de pensar. Y desde aquel momento profundizó en dicha ciencia, emprendiendo su estudio y divulgación, escribiendo numerosos escritos y manuales sobre frenología.
Defensor y apóstol de esta teoría, volvió a Barcelona con la intención de divulgarla, y donde actualmente lleva su nombre una de las calles más populares de la ciudad condal. En 1844 Mariano Cubí presenta un estudio sobre el diseño de una cabeza en el que señala cuarenta y tres facultades divididas en tres partes del cerebro:
la superior o moral,
la inferior o animal
y la anterior o intelectual.
Su teoría se plasmó en una cabeza realizada en cerámica en la Fábrica de Loza de La Cartuja de Sevilla, patentada en 1845 (ya que aparece en la tarifa de precios de la empresa a partir de ese año) a fin de ilustrar más claramente sus explicaciones y conferencias.
La investigación sobre nuestros sentidos sigue siendo una obsesión de la ciencia, y el diseño de la Cabeza de Frenológica de Mariano Cubí también nos recuerda al misterioso mapa de sabores de la lengua, primeramente concebido por Edwin Boring.
El busto de 36,5 cm de alto, es una pieza original de deliciosa factura que se ha convertido en un valioso adorno que centra la atención en despachos profesionales de medicina, estudios de arte, barberías,… y se sigue fabricando en la actualidad como icono estético de una era de la medicina, testimonio de aquellos pensadores que se esforzaban por comprender los misterios del comportamiento humano.