La ubicación del terreno, sus maravillosas vistas y el potencial de la construcción existente fue cuanto necesitaron sus nuevos propietarios para animarse a adquirirla. Era 2017 y buscaban una segunda residencia, un lugar en el Norte donde disfrutar del paisaje y desconectar de la ciudad.
Iniciaron las obras dos años después, aunque la pandemia derivada del COVID-19 hizo que estas se demoraran más de lo previsto. Sin embargo, esto ha permitido que “la casa responda a muchas cuestiones que la experiencia vivida esos últimos meses demandó para las viviendas del futuro, tales como la luminosidad, versatilidad, confort...”, asegura la interiorista autora de este proyecto, Macarena Barcia.
Y es ella quien nos cuenta que los objetivos que determinaron la arquitectura interior no fueron otros que la intención de generar un espacio de gran calidad, saludable y flexible, lleno de luz y amplio; y que el detalle que la hace más ‘amable’ e integrada con el paisaje es el hecho de que se haya preservado el volumen y el perímetro de la construcción ya existente, manteniendo la identidad del carácter rústico de la zona.
De hecho, una de las principales líneas que se siguieron para acometer la reforma fue destacar al máximo las magníficas vistas del valle y de la cordillera a los que se asoma la vivienda, abriendo grandes ventanales en todas las fachadas, que aseguran esa sensación de estar fuera y dentro a la vez.
Foto: Erlantz Biderbost Realización: Paloma Pacheco Turnes
Contrarrestar la frialdad de los tonos blancos con elementos de madera en acabados naturales (como las vigas o la alacena decapada) es un binomio perfecto por su equilibrio y calidez
La interiorista apostó por tonos neutros y materiales naturales para crear la atmósfera de una casa cómoda y acogedora, perfecta para recibir a familia y amigos y para desconectar de la ciudad. En ella, la madera y el combinado de muebles personales y los acabados naturales son clave para producir esa sensación de que uno está a salvo, como si de un refugio se tratara.