Charlar con David Chipperfield (Londres, 1953) resulta fascinante, tanto por su talante reflexivo y su cristalina sinceridad como por su alergia a todo protagonismo y un marcado sentido crítico, que le aleja de tantos de sus colegas. Nunca fue más justo aquello de que el sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice…
Es usted arquitecto, pero también urbanista, diseñador –tanto de producto como de interiores–, fue editor invitado de la revista ‘Domus’ en 2020… ¿Cómo definiría usted su oficio?
Definir el oficio de arquitecto es bastante complejo: en primer lugar tenemos una serie de preocupaciones y ambiciones propias e independientes, y una clara voluntad artística, pero, al mismo tiempo, formamos parte de una industria de servicio: un artista puede crear totalmente libre mientras haya un público que valore su obra, y, en cambio, nosotros no podemos hacer nada sin el beneplácito del cliente. Y, además, aún existe otra responsabilidad que recae en nosotros y nos compromete con quienes no nos pagan: los habitantes del lugar en el que construimos, los que lo visitan, quienes habitan nuestros edificios, o trabajan en ellos, etc. Resumiendo, diría que consiste en gestionar intelectual, filosófica y socialmente las propias ideas para tratar de desarrollarlas lo más libremente posible dentro de los márgenes de un acuerdo comercial.
Arquitectos y diseñadores solían trabajar por el bien común –algunos todavía lo hacen, no seamos catastrofistas– en lugar de por la gloria personal. ¿Podría ser esta una razón en la pérdida de relevancia social de la profesión?
¡Por supuesto! El principio último de la Bauhaus era “lo mejor por lo mínimo para la mayoría”, mientras, hoy, el mandato para los creadores en el imperio del mercado en el que vivimos dicta justo lo contrario: “lo peor y más caro para los menos”. Detrás de este cambio de paradigma está la maximización del beneficio, y no creo que se trate de una conspiración, no, sino del fruto de años de un consumismo muy agresivo. Y, por supuesto, no hay nada malo en ganar dinero, nadie se levanta por la mañana y se pone a trabajar por amor al arte… pero es necesario encontrar un punto medio.
Si tuviese que elegir unos pocos adjetivos para describir su trabajo, serían ‘integridad’, ‘rigor’, ‘versatilidad’ y ‘universalidad’.
Son palabras muy amables, te las agradezco. Nadie quiere ni necesita ‘arquitectura’, sino una casa o un lugar de trabajo; un gran pabellón o un museo son únicamente necesarios en nuestro pequeño mundo. Y cuando uno construye una casa con integridad y criterio, con un objetivo claro, con calidad y responsabilidad, entonces está haciendo arquitectura y no simplemente levantando una casa.
CUANDO UNO CONSTRUYE CON INTEGRIDAD Y CRITERIO, UN OBJETIVO CLARO, CALIDAD Y RESPONSABILIDAD, ENTONCES ESTÁ HACIENDO ARQUITECTURA
Y, hablando de responsabilidad, ¿está de acuerdo en que arquitectos y diseñadores juegan un papel clave en la necesaria redefinición actual de nuestra relación con los espacios urbanos y domésticos, y también con la naturaleza?
¡Absolutamente! Nuestra profesión tiene mucho que decir y hacer frente a las crisis socioeconómica y medioambiental que padecen diversas zonas del mundo –y no me refiero solo a los llamados países en vías de desarrollo: en Inglaterra tenemos niveles de pobreza inaceptables y grandes problemas de vivienda. También es cierto que, en primer lugar, para resolver esos problemas, las soluciones deben ser sistémicas; y, en segundo, que nosotros somos solo jugadores sobre el terreno de juego, y debemos obedecer las reglas impuestas por otros. Pero debemos esforzarnos dentro de nuestras posibilidades. Sabes que, desde 2017, tenemos una fundación en Galicia [la Fundación RIA, enfocada en la planificación urbana con el objetivo de conseguir un desarrollo sostenible], y estamos justo en eso: lograr que cambien las reglas de juego para poder mejorar la vida de las personas… Soy optimista en este aspecto.
Llegamos a Galicia… ¿qué ha supuesto para usted, personal y creativamente, descubrirla?
Mi familia y yo llevamos 30 años yendo todos los años; mis hijos han crecido allí. Es cierto que no han ido a la escuela en Galicia, pero ocho semanas todos los veranos acaban brindando otro tipo de aprendizaje… Nunca hemos sido turistas, sino que, desde la primera vez, nos hemos esforzado en integrarnos en la comunidad. En Galicia todo es lo que parece, y por eso ha sido un lugar perfecto para ayudarnos a mantener los pies en la tierra. Por supuesto que tienen problemas, algunos importantes. Yo siempre les he dicho “vais tan por detrás de los demás, que sois vanguardia”… y, ahora, el resto del mundo querría su calidad de vida, la solidez de sus comunidades, y, por supuesto, su autenticidad.
Y qué puede contarnos de su colaboración con Sargadelos, una de sus grandes embajadoras?
Me pidieron que diseñara algunas piezas para ellos, y les dije que por supuesto. Quería hacer algo en la tradición de Sargadelos, que tuviese que ver con su imaginario y sus característicos procesos de fabricación, y exploré las posibilidades de un relieve superficial propio de la porcelana. El motivo en relieve viene de la red de pesca, pero también de la decoración tradicional de la cerámica japonesa. Lo más importante para mí era la idea de obtener un patrón que parece táctil y también extenderse sobre la forma, enfatizando no sólo la superficie de las piezas, sino su propia estructura.